Juegos de ingenio.

Pensar. Martillarse la mente para solucionar un problema. Mover y deshacer el movimiento. El menor error puede impedirnos todo. Una milimétrica distracción y el juego está perdido. Precisión. Concentración. Hacer bailar a nuestras dormidas neuronas. Hacer funcionar al cerebro. Combinar piezas, girar fichas e intercalar figuras. Estar completamente seguro de haberlo logrado, y a un movimiento del final, darse cuenta que hicimos mal el primer paso. O creer haber hecho todo mal y ganar inesperadamente.

Y esa es la parte linda: Ganar. Poder superar el reto que se nos propone. Vencer al juego. Demostrar nuestra capacidad mental oculta. Sentir la gloria al vencer la ignorancia, la potencia de la victoria. Darnos cuenta que somos capaces.

Me gustan estos juegos. La dinámica mental que genera. Me gusta pensar, razonar y agilizar la mente. Tener un objetivo y lograrlo. Podría estar horas seguidas jugando un juego de estos sin aburrirme, solo para sentir la satisfacción de ganar. Al lograr unos de estos acertijos, uno se siente hecho, completo. Cuando no lo logra, uno se siente impotente, estúpido. Vencido por un par de fichitas tontas, sin vida si quiera.

Es importante ejercitar al cerebro. Que este trabaje más mientras dormimos, no quiere decir que tenga que dormir siempre. Hacerlo funcionar, hacerlo pensar, hacerlo jugar. Nos divertimos y ejercitamos a la vez. ¿Qué mejor que eso? ¿Qué mejor que coreografiar nuestros pensamientos al ritmo de complicados acertijos y enigmas? Coordinarlos para demostrar nuestra inteligencia y agilidad. Poner la mente en el juego.