(Planeo hacerlo coreografía. Ya la armé y todo, pero necesito algo así como 20 personas ._.)
Esto cuenta la historia de un chico que estaba enamorado. Enamorado, enserio. Amaba de verdad a una chica. Y no era cualquier chica, por lo menos para él. Él la llamaba 'ella'. Ella, ella ella. Era lo único que podía procesar. La veía hasta en la sopa. Todo le hacía pensar en ella.
Ya sean objetos, olores, colores o palabras; ella siempre aparecía. Veía su imagen en todos lados.
Al principio, le pareció tierno; eso de estar enamorado... Tomaba un lápiz y escribía su nombre en todo espacio blanco que encontrara en la hoja, cuándo sonaba el teléfono siempre tenía la certeza de que su voz le respondería del otro lado; se miraba al espejo y se la imaginaba a su lado, vestida de novia; y ni hablar de esas veces que pestañeaba y su cara se le aparecía entre la oscuridad de sus párpados. En fin, cosas de enamorados. Cosas cursis que le habrían costado las burlas incansables de sus amigos.
Igual, las habría soportado durante años y siglos con mucho gusto, porque era el precio de amarla. La amaba realmente demasiado. Le encantaba mirar sus fotos y pensar 'Es hermosa, y es mía'. Le encantaba caminar y pensar que cada paso le acercaba más a ella. Le encantaba irse a dormir y pensar 'Hoy soñaré contigo'. Le encantaba poder decir 'Estoy enamorado'. Le encantaba estar enamorado. Y no de cualquier manera. A su manera, porque todos amamos de distinta manera. No hay dos amores iguales. El de él era hermoso.
Pero con el tiempo se le fue yendo de la manos, y él lo notaba. Notaba que cada vez más cosas le recordaban a su silueta. Notaba que cada vez se metía en más kilombos por ese amor loco. Notaba que se estaba enfermando, enfermando de ella. Veía vagas alusiones a su persona en todo. Desde gestos que hace la gente al caminar, hasta letras sueltas esparcidas en un crucigrama. Ya no sólo se la imaginaba en el espejo, sino que juraba que la chica del reflejo le hablaba y hasta lo abrazaba. Ya habían sido varias las veces que se despertaba a mitad de la noche porque oía sus pasos en el corredor. La veía HASTA EN LA SOPA, literalmente, reflejada en el caldo.
Se estaba volviendo loco con todo esto. No podía concentrarse porque su imagen interrumpía cualquiera de sus pensamientos. Cada cosa que hacía, le hacía pensar en algo referido a ella. Ella estaba en todas partes. Se había adueñado de él por completo.
Siguió así por un tiempo, volviéndose cada vez más torpe a causa de esa obsesión. Loca obsesión. Hasta que se hartó. Se hartó. No daba más. Ya estaba cansado de pensar tanto en ella. Pero le gustaba tanto, y era tan linda, y era sólo suya... Pero no. No podía seguir así. Debía darle un fin a esa locura. Debía ir con ella y... ¿y qué? No sabía, pero algo iba a hacer. Algo que acabara con la situación.
Salió en su encuentro, muy decidido a acabar con la situación. Durante el camino, podía sentir su esencia tras él, como un fantasma. La sentía siempre presente. Cada baldosa tenía dibujada su sonrisa, y cada piedrita que pateaba se estrellaba contra el piso produciendo el eco de su voz. Estaba en todas partes, estaba comenzando a irritarse.
Se dice que el amor está a la vuelta de la esquina. Y así fue. Allí la encontró. Ella lo estaba esperando. Le pasaba exactemente lo mismo.
Se miraron un largo rato. No se dijeron ni una palabra. Locos, obsesivos. Tenía que ser ella quien rompiera el silencio:
"Buenos días, al fin nos conocemos"
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